Saturday, November 5, 2011

Silencio...habla la Rosa Roja....

Cuando apareció “Utopías pacifistas” en 1911, Europa ya iniciaba su descenso vertiginoso hacia la Primera Guerra Mundial. Las crecientes tensiones generadas por la competencia colonialista de las grandes potencias imperialistas, la carrera armamentista y el creciente militarismo, además de otros indicios, indicaban claramente el camino. El PSD alemán, engolosinado por los votos obtenidos en su país, parecía preocuparse cada vez menos por las llamadas al sentimiento nacionalista, o se limitaba a señalar que la revolución socialista era la única alternativa a la guerra imperialista que se avecinaba.

Rosa Luxemburg recogió el desafío y denunció implacablemente las ilusiones creadas por los voceros oficiales del PSD, incluido entre ellos su viejo amigo y aliado Karl Kautsky, considerado el teórico marxista más ortodoxo de la Internacional. El propio Lenin iba a romper con Kautsky después de que éste apoyó al imperialismo alemán cuando el estallido de la guerra en 1914. Pero Rosa Luxemburg, que estaba mucho más cerca de Kautsky y del creciente oportunismo del PSD, fue la primer dirigente de la Internacional que se percató de la orientación de las teorías idealistas de Kautsky y comenzó a atacar su creciente tendencia a capitular ante el ala derecha del PSD.

“Utopías pacifistas” se publicó por primera vez el 6 y 8 de mayo de 1911 en el Leipziger Volkszeitung. La presente versión resumida está tomada de The Labour Monthly, Londres, julio de 1926. T rascrito por Célula 2 para Izquierda Revolucionaria.



I



¿Cuál es nuestra tarea en la cuestión de la paz? No consiste en demostrar en todo momento el amor a la paz que profesan los socialdemócratas; nuestra tarea primera y principal es clarificar ante las masas populares la naturaleza del militarismo y señalar con toda claridad las diferencias principistas entre la posición de los socialdemócratas y la de los pacifistas burgueses. ¿En qué consiste esta diferencia? No solamente en el hecho de que los pacifistas burgueses confían en la influencia de las grandes palabras, mientras que nosotros no dependemos únicamente de las palabras. Nuestros respectivos puntos de partida se oponen diametralmente: los amigos burgueses de la paz creen que la paz mundial y el desarme pueden realizarse en el marco del orden social imperante, mientras que nosotros, que nos basamos en la concepción materialista de la historia y en el socialismo científico, estamos convencidos de que el militarismo desaparecerá del mundo únicamente con la destrucción del Estado de clase capitalista. De ahí surgen nuestras distintas tácticas en la propagandización del ideal de la paz. Los pacifistas burgueses tratan –y desde su punto de vista es perfectamente lógico y comprensible– de inventar toda clase de proyectos “prácticos” para restringir gradualmente el militarismo y tienden naturalmente a considerar genuino cada síntoma externo de paz, aceptar todo lo que dice en ese sentido la diplomacia, exagerarlo hasta convertirlo en base para la actividad. Por su parte los socialdemócratas deben considerar que su deber al respecto, como en cualquier otra instancia de la crítica social, es denunciar que los intentos burgueses de restringir el militarismo no son sino lamentables medidas a medias y que la expresión de semejantes sentimientos de parte del gobierno es un engaño diplomático, y oponer a las expresiones y declaraciones burguesas el análisis implacable de la realidad capitalista.

Desde este punto de vista las tareas de los socialdemócratas con respecto a las declaraciones del gobierno británico sólo pueden ser las de denunciar que la limitación parcial de armamentos no es viable, que es una medida que se queda en la mitad del camino, y tratar de demostrarle al pueblo que el militarismo está estrechamente ligado a la política colonial, a la política tarifaria y a la política internacional, y que si las naciones existentes realmente quisieran poner coto, seria y honestamente, a la carrera armamentista, tendrían que comenzar con el desarme en el terreno político comercial, abandonar sus rapaces campañas colonialistas y su política internacional de conquista de esferas de influencia en todas partes del mundo: en una palabra, su política interna y exterior debería ser lo opuesto de lo que exige la política actual de un Estado capitalista moderno. Y así se explicaría lo que constituye el meollo de la concepción socialdemócrata, que el militarismo en todas sus formas –sea guerra o paz armada– es un hijo legítimo, un resultado lógico del capitalismo, de ahí que quien realmente quiera la paz y la liberación de la tremenda carga de los armamentos debe desear también el socialismo. Sólo así puede realizarse el esclarecimiento socialdemócrata y el reclutamiento para el partido, en relación con el debate sobre el armamento.

Este trabajo, empero, se volverá un tanto dificultoso y la posición de los socialdemócratas se hará oscura y vacilante si, por algún extraño cambio de papeles, nuestro partido trata de hacer lo contrario: convencer al Estado burgués de que bien puede limitar el armamentismo y lograr la paz desde su posición de Estado capitalista.

Ha sido hasta ahora un orgullo, y el fundamento científico, que no sólo las líneas generales de nuestro programa sino también las consignas que conforman nuestra táctica cotidiana no eran inventados según nuestros deseos, sino que confiábamos en nuestro conocimiento de las tendencias del desarrollo social y fundamentábamos nuestra línea sobre el curso objetivo de dichas tendencias. Para nosotros, el factor determinante hasta ahora no eran las posibilidades que se presentaban partiendo de la relación interna de fuerzas en el Estado, sino las posibilidades desde el punto de vista de las tendencias del desarrollo de la sociedad. La limitación del armamento, las restricciones al militarismo no coinciden con el desarrollo futuro del capitalismo internacional. Sólo quienes creen en la posibilidad de mitigar y mellar los antagonismos de clase y controlar la anarquía económica del capitalismo pueden creer en la posibilidad de disminuir, mitigar y liquidar estos conflictos internacionales. Porque los antagonismos internacionales de los Estados capitalistas no son sino el complemento de los antagonismos de clase, y la anarquía política mundial no es sino el revés del anárquico sistema de producción del capitalismo. Ambos sólo pueden desarrollarse juntos y perder juntos. “Un poco de orden y paz” es pues una utopía tan pequeñoburguesa y mezquina respecto al mercado mundial capitalista como la política mundial, y respecto a la limitación de las crisis como a la limitación del armamento.

Echemos un vistazo a los acontecimientos internacionales de los últimos quince años. ¿Dónde se ve alguna tendencia hacia la paz, hacia el desarme, hacia la solución negociada de los conflictos?

En los últimos quince años tuvimos: en 1895 la guerra entre Japón y China, preludio al surgimiento del imperialismo en Asia Oriental; en 1898 la guerra entre España y Estados Unidos; en 1899-1902, la guerra de los ingleses y los boers en Sudáfrica; en 1900 la penetración de las potencias europeas en China; en 1904 la guerra ruso-japonesa; en 1904-1907 la guerra de los alemanes contra los hereros en África; en 1908, la intervención militar de Rusia en Persia; en este momento la intervención militar de Francia en Marruecos, sin mencionar las incesantes escaramuzas coloniales en África y Asia. La sola enumeración de los hechos demuestra que en el lapso de quince años no hubo uno solo sin actividad bélica de algún tipo. Trascrito por Célula 2 para Izquierda Revolucionaria.

Pero más importante aun es la consecuencia de estas guerras. Después de la guerra con China, Japón efectuó una reorganización militar que le permitió emprender diez años más tarde la guerra contra Rusia y convertirse en la fuerza militar predominante en el Pacífico. La guerra con los boers culminó en la reorganización militar de Inglaterra y el fortalecimiento de su fuerza armada terrestre. La guerra contra España impulsó a Estados Unidos a reorganizar su marina de guerra y entrar en la política colonial con los intereses imperialistas en Asia, creándose así el germen del antagonismo de intereses entre Estados Unidos y Japón en el Pacífico. La campaña sobre China fue acompañada en Alemania por la importante Ley de la Marina de Guerra de 1900, que señala el inicio de la competencia marítima anglo-germana y la agudización de los conflictos entre ambas naciones. Pero existe otro factor de suma importancia: el despertar social y político de las colonias y los países que integran las “esferas de influencia” a la vida independiente. La revolución en Turquía, en Persia, el fermento revolucionario en China, India, Egipto, Arabia, Marruecos, Méjico, también son puntos de partida para los antagonismos políticos, las tensiones, las actividades bélicas y el armamento a nivel mundial. Fue justamente en el transcurso de estos quince años que los puntos de fricción en la política internacional alcanzaron un grado sin precedentes, nuevos Estados han ingresado a la escena internacional y todas las grandes potencias se reorganizaron militarmente. La consecuencia de todo ello es que los antagonismos se han agudizado a un grado jamás visto, y el proceso se profundiza más y más, puesto que por una parte el fermento en Oriente crece día a día, y por la otra cada acuerdo entre las potencias militares se convierte en punto de partida de nuevos conflictos. La Entente Reval entre Rusia, Gran Bretaña y Francia que, según Jaurés, era una garantía para la paz mundial, agudizó la crisis en los Balcanes, detonó la revolución en Turquía, condujo a Rusia a la intervención militar en Persia y produjo un acercamiento entre Turquía y Alemania, lo que a su vez agudizó las tensiones anglo-germanas. El Acuerdo de Potsdam agudizó la crisis en China y la guerra ruso-japonesa tuvo el mismo efecto.

Por eso, con sólo observar los hechos, quien se niegue a comprender que los mismos dan lugar a cualquier cosa menos la mitigación de los conflictos internacionales y la paz mundial, está cerrando sus ojos.

En vista de todo ello, ¿cómo es posible hablar de una tendencia hacia la paz en el desarrollo burgués que neutralizará y superará las tendencias bélicas? ¿Dónde se refleja? ¿En la declaración de Sir Edward Grey y en la del parlamento francés? ¿En el “cansancio armamentista” de la burguesía? Pero los sectores pequeños y medianos de la burguesía siempre se han quejado del peso del armamentismo, así como se quejan de la liquidación de la libre competencia, de las crisis económicas, la falta de conciencia que demuestran los especuladores de la bolsa, el terrorismo de los cárteles y trusts. La tiranía de los magnates de los trusts norteamericanos ha provocado una rebelión de amplias masas populares y un fatigoso procedimiento legal antitrust de parte del Estado. ¿Acaso los socialdemócratas lo interpretan como síntoma de la limitación del desarrollo de los trusts? Más bien miran con simpatía la rebelión de los pequeños burgueses y sonríen con desprecio ante la campaña estatal. La “dialéctica” de la tendencia burguesa hacia el pacifismo, que se suponía iba a neutralizar y superar su tendencia bélica, es una prueba más que confirma la vieja verdad de que las rosas de la dominación capitalista tienen también espinas para la burguesía, que ésta prefiere mantener en su cabeza sufriente lo más posible, a pesar del dolor y la pena, antes que perder las espinas junto con la cabeza si sigue el consejo de los socialdemócratas.

Explicárselo a las masas, destruir implacablemente toda ilusión respecto de los intentos burgueses de lograr la paz, afirmar que la revolución proletaria es el primer y único paso hacia la paz: ésa es la tarea de los socialdemócratas respecto de las engañifas desarmamentistas, ya estén engendradas en Petersburgo, Londres o Berlín.



II



El utopismo de la posición que espera una era de paz y limitación del militarismo en el marco del orden social imperante se revela claramente en el hecho de que recurre a la elaboración de proyectos. Porque es típico de las ansias utópicas el crear, para demostrar su viabilidad, recetas “prácticas” lo más detalladas posible. En esta categoría se inscribe él proyecto de “Estados Unidos de Europa” como base para la limitación del armamentismo internacional. “Apoyamos todos los esfuerzos -dijo el camarada Ledebour en el Reichstag el 3 de abril— que apunten a liquidar los gastados pretextos que justifican el incremento incesante del armamentismo. Exigimos la unión económica y política de los Estados europeos. Estoy seguro de que viviremos para ver, cuando se imponga el socialismo o tal vez antes, la formación de los Estados Unidos de Europa, impulsada por la competencia comercial de los Estados Unidos de América. Exigimos que la sociedad capitalista, los hombres de Estado del capitalismo, por lo menos se preparen para esta unión de Europa en los Estados Unidos de Europa, en interés del desarrollo capitalista de Europa, con el fin de que ésta no sea hundida por la competencia mundial.”

Y en el Neue Zeit del 28 de abril el camarada Kautsky escribe: “[…] Hoy hay un solo camino para lograr un largo periodo de paz, que desvanezca para siempre el fantasma de la guerra: la unión de los Estados de la civilización europea en una liga con una política comercial, un parlamento, un gobierno y un ejército comunes; la formación de los Estados Unidos de Europa. Si se constituye se dará un tremendo paso adelante. La superioridad de esos Estados Unidos sería tal que sin mediar ninguna guerra podrían obligar a todas las demás naciones que no se les unan voluntariamente a liquidar sus ejércitos y sus flotas. Pero en ese caso desaparecería toda necesidad de armamentos para los nuevos Estados Unidos. Estarían en situación de dejar de lado la adquisición de armamento nuevo, de abandonar el actual ejército y las armas agresivas navales, y también de prescindir de todo medio de defensa, del sistema militar mismo. Comenzaría entonces, con toda seguridad, la era de la paz permanente.” A primera vista, la idea de los Estados Unidos de Europa como condición para la paz puede parecer plausible. Pero un examen más profundo de ella demuestra que no tiene absolutamente nada en común con el método de análisis ni con la concepción de la socialdemocracia. Como partidarios de la concepción materialista de la historia, siempre sostuvimos la idea de que los Estados modernos, como estructuras políticas, no son productos artificiales de una fantasía creadora, como lo fue, por ejemplo, el Estado de Varsovia de napoleónica memoria, sino productos históricos del desarrollo económico.

¿Pero sobre qué fundamento económico se apoya la idea de una federación de Estados europeos? Es cierto que Europa es una unidad geográfica y, dentro de ciertos límites, una concepción histórica cultural. Pero la idea de Europa como unidad económica contradice el desarrollo capitalista en dos aspectos. Ante todo se dan dentro de Europa las luchas competitivas y antagonismos más violentos entre los distintos Estados, y seguirán dándose mientras éstos existan. En segundo lugar, los Estados europeos no pueden avanzar económicamente sin los países no europeos. Como proveedores de aumentos, materias primas y mercancías, incluso como consumidores de éstos, los demás países están ligados a Europa por miles de lazos. En la etapa actual del desarrollo del mercado y la economía mundiales, la concepción de Europa como unidad económica aislada es una invención estéril de la mente. Europa no constituye una unidad económica especial dentro de la economía mundial en mayor medida que Asia o América.

La idea de una unión europea en el sentido económico ha sido superada hace largo tiempo; también lo ha sido en el sentido político.

Las épocas en que Europa constituía el centro de gravedad del desarrollo político y el agente polarizador de las contradicciones del capitalismo pertenecen al pasado. Hoy Europa es apenas un eslabón de la intrincada cadena de relaciones y contradicciones internacionales. Y lo que es más decisivo aun, los antagonismos entre los países europeos ya no se juegan solamente dentro del continente sino en todas partes del mundo y en todos los mares.

Solamente se dejan de lado estas contradicciones y acontecimientos y se plantea la bendita posibilidad de un acuerdo entre las potencias europeas cuando se tiene en cuenta nada más, por ejemplo, que hemos vivido cuarenta años de paz ininterrumpida. Esta concepción, que considera solamente los acontecimientos del continente europeo, no toma en consideración que la razón fundamental por la que no hubo guerra en Europa durante décadas es que los antagonismos internacionales han aumentado infinitamente más allá de las fronteras del continente europeo, y que los problemas e intereses europeos ahora se disputan en todos los mares del mundo y en la periferia de Europa.

De aquí que los “Estados Unidos de Europa” sea una idea que se enfrenta directamente con el proceso económico y político, y que no toma en absoluto en consideración los acontecimientos del último cuarto de siglo.

La suerte que corrió la consigna “Estados Unidos de Europa” confirma también que una posición tan en desacuerdo con la tendencia que sigue el proceso no puede ofrecer ninguna solución fundamentalmente progresiva, pese a todos los matices radicales con que se la presenta. Cada vez que los políticos burgueses levantaron la consigna del europeísmo, de la unión de los Estados europeos, lo hicieron con el objetivo implícito o explícito de dirigirla contra el “peligro amarillo”, el “continente negro”, contra las “razas inferiores”; en síntesis, siempre fue un aborto imperialista.

Y si ahora nosotros, socialdemócratas, llenáramos este viejo odre de vino nuevo y aparentemente revolucionario, tenemos que decir que las ventajas no serían para nosotros sino para la burguesía. Las cosas poseen su propia lógica objetiva. Y la solución de la unión europea en los marcos del orden social capitalista objetivamente sólo puede significar, en lo económico, una guerra con América por las tarifas y políticamente una guerra colonial racista. La campaña china de los regimientos unidos europeos con el mariscal del mundo Waldersee al frente y el evangelio germano como estandarte: ésa es la expresión real, la única posible, de la “Federación de Estados Europeos” en el orden social actual.





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